Historia en Ciudad Real
El convento estaba en un principio destinada para las monjas de Montesa, pero el fundador cambio de opinión y redactó un codicilo que anulaba su decisión, beneficiando en esta ocasión a las hijas de Santa Teresa. Esta circunstancia motivó que las monjas del Carmelo fueran llamadas a ocupar el convento. Se procedió a los trámites exigidos para estos casos, entre los donantes y el Provincial del Carmen, Fray Felipe de Jesús, la Orden aceptó la fundación. Se iniciaron los trámites para la llegada de las primeras monjas fundadoras fue 11 de febrero de 1596, 14 años después de morir Santa Teresa. Como Priora vino de Toledo, quinta fundación de Santa Teresa (14 de mayo de 1569), la madre María de Jesús; y de Málaga para el oficio de Subpriora la M. Lucía de San José. Tambien vinieron (aunque no se sabe su origen) Isabel de los Ángeles, Catalina de San Elías, María de San Alberto y Antonia de San Martín, (de velo blanco esta última).
Las monjas se acomodaron provisionalmente en una casa junto al convento P. Dominicos a quienes desagradaba sobremanera la cercanía de las nuevas monjas carmelitas. El cronista, sin hacer alusión a esta circunstancia se limita a decir que el desagrado era debido a la cercanía de las monjas y que se tranquilizaron al conocer que la instalación era provisional, mientras se construía el monasterio definitivo.
Pasado unos días dedicados a instalarse las monjas y acondicionar, con el decoro que Santa Teresa enseñó a sus hijas, la estancia donde quedaría reservado Santísimo Sacramento; el día 26 del mismo mes el Santísimo fue trasladado de la parroquia de Nuestra Señora del Prado a este lugar en procesión solemne acompañado de las monjas, clero local y numerosos fieles. Era el Domingo de Quinquagésima. Mientras tanto se construía de nueva planta el definitivo y actual monasterio, en la calle del Carmen n. 2 de Ciudad Real, sin que sepamos la fecha del traslado al actual convento.
Una de las condiciones que pusieron los fundadores fue la de hacer conmemoración de ellos todos los días al encomendar por la noche a los bienhechores, costumbre que la Comunidad sigue conservando después de más de cuatro siglos. Por la escritura de fundación conocemos el talante que los bienhechores pretendieron dar al convento: En cuanto a la condición social de quienes podrían acceder al monasterio, éstas responden al talante de “anticonverso visceral” del benefactor: “, que las religiosas fueran hijas de hidalgos, limpias de sangre”. Y, en lo referente a las exigencias y observancia a parte de la anteriormente referida “, que confesaran y comulgaran cada dos meses y, en el Adviento y Cuaresma cada quince días, debían oír sermones cada cuatro meses y no escribirse con ningún seglar”.
Como era habitual en estas fundaciones, don Antonio Galiana, muy ocupado en dejar constancia de su obra y de un lugar acorde con la época para descansar sus restos mortales, es decir, “dexar fixa su memoria”, como no podía ser menos dejó establecido un brillante rito funerario. Ordenó sepultarse en el monasterio de Santo Domingo, en la capilla de Nuestra Señora de la Soterraña, donde estaban sus padres y abuelos hasta que se acabara el monasterio de monjas que se edificaba en su casa. Allí habría una cama de madera cubierta con un paño negro con la cruz de su hábito en color carmesí que debía estar así perpetuamente en la iglesia.
Para el mantenimiento del monasterio y por mandato de don Antonio Galiana, las religiosas recibían todos los años 150 fanegas de trigo, 50 fanegas de cebada, 30 arrobas de aceite y 100 arrobas de vino.
Para analizar el desarrollo del convento de las carmelitas de Ciudad Real contamos con dos fuentes de gran interés: la escritura que otorgó Cristóbal Bermúdez el 23 de abril de 1608 y la concordia que se firmó el 2 de mayo de 1611, que se conservan el Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real.
La concordia de 1611 regulaba de una forma bastante minuciosa la entrada al convento de aquellas monjas que pertenecieran a la familia de don Antonio de Galiana; incluyendo, además, varias referencias a otro tipo de cargas que también había impuesto el propio fundador. Sin ir más lejos, el convento debía recibir a siete religiosas que pertenecieran a su linaje: seis tendrían que ser monjas de coro y la séptima religiosa lega. Esta disposición reducía drásticamente las pretensiones de don Antonio de Galiana ya que, en principio, el fundador había reservado once plazas de coro para sus familiares. La razón de esta disminución habría que buscarla fundamentalmente en la “quiebra” sufrida por la renta de los juros con los que estaba dotado el convento.
Las siete plazas que se recogían en el acuerdo quedaron reservadas a perpetuidad con el fin de acoger a las familiares del fundador que quisieran entrar en el convento. Para que no hubiese dudas al respecto se acordó que las plazas habrían de ocuparse tan pronto: “como fueren vacando entrando otra (monja) en el lugar de la que vacare de suerte de todas siete plazas esten llenas. (En caso de que no hubiese) parienta de linaje que entre ni este havil por falta de edad o por otra causa (se debía esperar) con la dicha plaza vaca por tiempo de ocho años hasta que en ellos haya persona del linaje que entre, y si no la hubiere en todo este tiempo pasado el puedan las dichas monjas recibir y admitir a cualquiera estraña y después vacando esta plaza u otra de las dichas siete a de esperar otro tanto tiempo en la dicha forma”. (Archivo Histórico Nacional)
De todas maneras, para dar exacto cumplimiento al deseo de los patronos, había que salvar un pequeño inconveniente. En el momento de redactarse la escritura sólo había cuatro religiosas dentro del convento que pertenecían al linaje del fundador y no se podían aceptar más porque las 21 plazas que poseía la casa estaban ocupadas. Por eso se acordó que no podrían entrar más familiares del fundador hasta que no se produjera alguna vacante, precisándose además que el número de monjas nombradas por los patronos se debía cumplir sobre las cuatro ya existentes.
La comunidad, además, tendría que hacer frente a otras cargas económicas como sustentar a un estudiante o costear los gastos del matrimonio a una doncella casadera. El estudiante que “por cuenta de dicho convento a de estudiar” recibiría 20.000 maravedís anuales, mientras que la doncella se tendría que conformar con 8.000. Además el convento debía hacer frente al salario de un capellán, salario que estaba valorado en 20.000 maravedís y doce fanegas de trigo.
El libro Becerro, donde se detallaba la historia de la Comunidad desde la fundación, y perdido durante la Guerra Civil Española, recogía la vida de varias santas carmelitas que pasaron por estos claustros. Una de ellas fue la sobrina de la Madre Lucía de San José, llamada Catalina del Nacimiento. Cuentan las crónicas que, saliendo por las vecindades del convento dos hombres desafiados y dispuestos a acuchillarse, al tiempo que la Hermana Catalina, con su voz fina y clara, echaba esta saetilla de la noche: “Hasta cuándo aguardas a enmendar tu vida, pues no sabes si llegarás a mañana”, les impresionó tanto semejante sentencia en el imponente silencio de la noche, que, deponiendo repentinamente sus odios, se dieron abrazo de reconciliación y se perdonaron mutuamente. Con nobleza manchega fueron al día siguiente a las religiosas y les contaron lo que la noche anterior les había ocurrido.
Desde la fundación del convento este ha sufrido grandes trastornos como, por ejemplo, la exclaustración Durante la Guerra de la Independencia en el siglo XIX y la Guerra Civil Española en el siglo XX, en que hubieron de dejarlo las monjas, y fue destinado a otros usos y, también, diversas restauraciones, la ultimo realizada entre los años 2007-2008 por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
En la actualidad viven en el convento 22 mojas, que aparte de la oración, se dedican como labor a la elaboración de Formas para la Misa y confección de bordados.
FUENTE: ciudad-real.es